Eran las 4:45am, sabia que tenia que dormir, para que no le doliera la cabeza, aunque sea un par de horas, pero la emoción y el nerviosismo no lo dejaban conciliar el sueño.
Era la primera vez que lo llamaban para un trabajo, iría con el terno de su papá, la corbata de un amigo, porque él no tenía una y con sus zapatos negros de colegio, total, nadie se daría cuenta.
Tomaría café, nada de pan con mantequilla, estaba demasiado tenso para masticar, una pasadita de peine por sus cabellos lacios y grasosos, se echaría un poco de “old spice” que le regalaron cuando cumplió 18 años y LISTO!, era el momento de salir de casa, evitar que mamá con la bata aun puesta y en chancletas, emanara una voz tan dulce, que lo haría correr hacia ella, para abrazarla, para decirle que no quería ir, que tenia miedo, que tenia frió, acurrucarse tan cerca de ella hasta sentir ese olor a calientito que solo las madres saben dar.
Cruzó la puerta, todo parecía seguir el mismo curso, ya que si bien era un día especial para él, el mundo seguía su ritmo, el cielo siempre gris, los ladridos de los perros, combis que expulsan a sus pasajeros en paracaídas, la cola del pan, chismosas en la esquina de los colegios, vendedores de caramelos, transeúntes despeinados y siempre apurados como en busca de algo, algo que les cambie la vida, algo que probablemente nunca llegue.
La entrevista era en San Borja, en la calle Ucello y ya conocía como llegar, pues ahí había dejado su currículum.
La cola daba vuelta a la esquina, las caras ya no eran amistosas, pues veían en cada uno, un rival en potencia.
Eso es algo que le preocupaba mucho pues era medio bajo, medio flaco, medio simpático, es decir un ser completamente promedio, eso lo lleno de pesimismo, pensaba en las tantas veces que le habían dicho “no nos llame, nosotros lo llamaremos”, recordó la vez que prefirió gastarse su pasaje en unos cigarros y tuvo que regresarse caminando, mitad porque la ansiedad lo mataba y mitad para no llegar a casa y decir, “no me dieron el trabajo”.
Vio que la fila avanzaba, luego bruscamente se detuvo, escucho que entraban de 20 en 20 que les tomaban examen psicológico y matemático, que luego llamarían a los seleccionados.
Qué pasaría si no lo llamaban, qué le diría a su familia si los días pasaban y su cara se alargaba cada vez mas por la espera, su mamá iría todas las mañanas donde su vecina “la Chana” para ver si habían llamado a su hijo para el trabajo, entonces él esperaría en su cama echado en posición fetal, esperando la respuesta, esperando nacer.
Al cabo de una semana la Sra. Chana lo llamaría casi a gritos, “¡hijito corre te llaman del trabajo!”, habló con la secretaria que le indicó qué papeles llevar, a qué hora ir. etc
Ya estaba todo listo, el trabajo es mío, se decía, mientras se recostaba de nuevo, pero esta vez boca arriba, con las manos bajo la cabeza, con una pierna sobre la otra.
D.N.I, carnet sanitario, certificado P.I.P, certificado domiciliario... uñas cortas, cabello bien peinado, zapatos relucientes y sonrisita todo el tiempo, era todo lo que necesitaba para que se den cuenta que él era la persona que ellos buscaban.
Una hoja para marcar, full-time, part-time, gondolero, empaquetador, sección carne, verduras, seguridad...
Luego de las formalidades, se encontraba trabajando tiempo completo como empaquetador, enamorando a las cajeras, llevando esas interminables bolsas rojas y blancas, hasta los carros de los clientes y recibiendo clandestinamente una propinita de señoras y viejitas que le hacían la conversación camino al estacionamiento, luego se metía rápidamente las monedas al bolsillo, se despedía con cordialidad diciendo dentro de si: ¡viejas tacañas!.
En sus días de descanso iba a pasear por el centro comercial, desde fuera saludaba a sus compañeros, a veces compraba algo, se despedía diciendo que la atención era muy buena, ellos se reían, lo palmoteaban y las chicas que también eran sus compañeras lo miraban, porque lo veían diferente, por supuesto que iba con lo mejor que tenia, pues el uniforme y en especial la gorra lo hacia ver mas infantil.
Y hubiese seguido trabajando ahí, sino fuese porque se dieron cuenta que recibía propina de los clientes.
Un día aparentemente como todos, de idas y vueltas, de acomodar sus bolsas, se sonreír a clientes que se quejaban de que el servicio era lento, de que los precios eran altos y hasta que los dueños no eran peruanos, fue llamado por el megáfono, para que se presente en la oficina de personal, pensó talvez que era para renovar contrato, pues el anterior ya estaba por vencer, o para recibir una camisa nueva como se lo había pedido a su jefe.
“La empresa esta contenta con tu buen desempeño, pero estamos realizando reducción de personal, posiblemente te llamemos en el futuro, te entregaremos un certificado que acredite que has trabajado en esta empresa y devolverás el uniforme el día que te demos tu liquidación.”
Esta sentencia lapidaria quedaría grabada en él por el resto de sus días, en ese momento su fotocheck y gorra que sostenía entre sus manos cayeron al piso, al levantarse sintió un nudo en la garganta, sintió un frió como si alguien le hubiese tirado un balde de agua helada desde la nuca, su rostro adopto una expresión dura como queriendo disimular las ganas de llorar, levanto rápidamente la gorra, entrego el fotocheck y salió a la calle por la puerta de atrás. Camino a casa, él ya era parte de ese mar de personas despeinadas y apuradas, que vio 6 meses atrás antes de ir a la entrevista, ya no las sintió tan extrañas, pero solo lograba ver sus perfiles, porque ahora caminaba con ellos en la misma dirección.