viernes, 26 de diciembre de 2008

Vicio

Es increíble cómo me volví una fumadora. Desde el inocente Hamilton que le robe a mi mamá a los 15 años, hasta la media cajetilla diaria que me fumo ahora a mis 26. Mi primera hipótesis de por qué fumaba fue “fijación oral”. Recordemos que según Freud, las fijaciones nacen en los primeros años de edad de la persona. Debo confesar que yo tomé biberón hasta los 8 años. Así que ese título debo tener, además de mis compulsivas ganas de llevarme todo a la boca, como la comida.
Otra hipótesis es la de Ribeyro en “sólo para fumadores”. Los griegos hablan de los cuatro elementos: el aire, el agua, la tierra y el fuego, que gobiernan la naturaleza. Donde Ribeyro define que la máxima aproximación con el fuego es a través del cigarrillo.
Mi adicción ha tenido diferentes nombres, como manía, pasatiempo y hasta tic nervioso. ¿Cómo descubrí que era adicción? Porque encendía un cigarrillo con uno que estaba terminando de fumar, o cogía cualquier cosa como cenicero, ya sea un vaso, un plato, un adorno, o por fumar por las mañanas o incluso levantarme en la madrugada para fumar uno.
Hay algo que dice Sabina y tiene mucha razón, vivir sin fumar es inhumano. Y no intento hacer una apología sobre el cigarro, sólo que me gusta mucho disfrutarlo. Recuerdo que en los “breaks” de la universidad solía salir a fumarme un “cigarrito para la meditación” con mi buena amiga la Murgueytio. Los mejores tiempos guardan sabor a tabaco.

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